Querida Yo de hace dos años,
Hoy a tu bebé han de pesarle los meses, porque casi son las
10:30 y aún duerme. Es lo que tiene el tiempo: que nos pesa a todos.
Te voy a contar que justo dentro de dos años, catorce de
octubre de dos mil quince, vas a llorar recordando casi tanto como reirás hoy
pariendo. En el fondo lo sabías: se puede disfrutar, se puede reír. Puede ser
diferente. Sabes que puede. Lo que aún no sabes es que lo será, y que la
felicidad de ese momento te acompañará siempre.
Te voy a contar que tu bebé empieza a no ser tan bebé. Que le están saliendo los últimos dientes: los cuatro
colmillos a la vez. Que desde hace un par de semanas se está arrancando a
formar palabras inteligibles. Que en casa pide ir al baño y nos deja a todos
locos.
Descubrirás que el gen princesa debe saltarse una
generación: a tu hija le encantan los zapatos y la música. Y descubrirás que el
gen guerrera crece de una generación a otra: a tu hija nadie la obliga a hacer
algo que no quiere. Aún no has sido capaz de peinarla. Cuando lo haces, sacude
la cabeza de un lado a otro hasta que deja el pelo más revuelto que al
principio. Que da igual cómo de anticlichés quieras ponerte: le encanta jugar
con muñecas. A dormirlas, a darles teta, a ser su cuidadora veinticuatro horas
al día. Incluso por la noche. Que el gen madre es igual para todas.
Te voy a contar que con año y medio escogió su primer libro
en la biblioteca. “Zapatos”, de Kalandraka, y te reíste las dos semanas que tuvisteis
el libro en casa. Cómo no. “Zapatos”. También que poco después ya era capaz de
entrar en la biblioteca, devolver sus libros e ir a elegir otros ella sola.
Hugo es sin duda un gran ejemplo.
Esto te va a encantar: hace meses que elige qué zapatos
ponerse. Ay, sus “pipis”… Siempre se pone un zapato de cada. Te voy a ahorrar
una molestia: no intentes darle el cambiazo. Se dará cuenta. ¡Y será terrible!
Te voy a contar que Aine es Arte. Arte explosivo, abstracto,
de materia efímera y emoción intensa. Que le encanta pintar. Que antes de aprender
a caminar sabrá coger el pincel como una maestra y llorarás de emoción –porque eres
una llorona muy emotiva-. Que para ella cualquier superficie es lienzo;
cualquier ruido melodioso es música bailable.
Te voy a contar que le encantan los besos y los abrazos. Que
a veces te coge la cara y te mira a los ojos y parece que te estuviera viendo
el corazón. Que te estampa unos besos grandiosos con más sonrisas que babas.
Que le encanta abrazar tu pecho desnudo. “¡Mamá, dos! ¡Dos tetas!”. Te voy a
contar que dentro de dos años os gustará sentiros la piel tanto como lo hará
dentro de un ratito (porque eso es lo que os queda para conoceros: un ratito).
Y te voy a pedir que pienses algo que hacer con la placenta: ¡dos años en el
congelador roza lo ridículo!
Quizá no sepas esto, o quizá lo sepas en lo más hondo de tu
ser: ese rincón. ESE. Durante los próximos años, cada vez que te sientes ahí,
te sentirás viva. Poderosa. Mágica. Conectada. Infinita. Y llegará un momento,
creo, en que ese sentimiento será tan grande, tan enorme, que ya no cabrá en
ese rincón y se te meterá dentro del alma, y ya no te dejará nunca. Verás el
mundo desde otra perspectiva. Verás el mundo desde las estrellas. Verás el
mundo como lo ha de ver el Universo.
Pero, querida Yo de hace dos años, intenta no pensar en todo
esto que te cuento, porque probablemente aún no lo entiendas. Probablemente tampoco
lo entiendas del todo dentro de dos años. Puede que sólo sea la realidad imaginaria
que nadie le negaría a un loco. Pero ¡ay! No imaginas lo feliz que eres en esta
loca realidad.
Felicidades, antigua Yo. Te espero aquí, otra vez, dentro de
un año.