lunes, 15 de junio de 2015

De castigos, consecuencias y lecciones vitales. Parte II



Cuando la semana pasada compartí a modo resumen nuestra pequeña aventura con las pulseras no imaginé que fuera a tener la repercusión que tuvo. No me parecía que fuera para tanto. Ni de lejos esperaba recibir mensajes de madres, padres, educadores/as e incluso trabajadores sociales con tantas palabras positivas. Me he quedado tan abrumada que me he descolocado del todo! Jajajaja.

Así que qué menos que contaros cómo ha terminado la historia y, si me dejáis, añadir unas pequeñas reflexiones personales :)

Cuando el lunes publiqué la entrada con nuestra experiencia pulseril nos llegaron varios mensajes pidiéndonos pulseras, porque mucha gente ha querido participar en la lección vital de Hugo, y antes de seguir quiero daros las gracias porque Hugo ha sido inmensamente feliz al poder "ganar dinero con el ordenador como mamá". Se siente muy, muy realizado con todo esto, al ver todo lo que nuestra creatividad y trabajo han conseguido. Lo que pretendía ser un "20 pulseras a 1€"  se ha convertido en un "tenemos que hacer más porque hemos agotado existencias" xD Ha sido una experiencia maravillosa, educativa y muy satisfactoria. Para todos. Y tengo que aprovechar para daros un enorme GRACIAS a todos los que habéis colaborado con nosotros y a los que nos habéis acompañado, aunque fuera con un like o tomándoos el tiempo de leernos <3

Anteayer por la noche utilizamos macarrones para representar los euros de todos los billetes y monedas de nuestro tarro de mermelada recaudador. Y ayer por la tarde, después de enviar las últimas pulseras (las que nos compraron por internet yo le iba dando las monedas según las mandábamos para que lo viera más tangible) y meter los últimos dineros en el tarro, en el mismo coche le hice algunas preguntas (toda esta conversación la grabé en vídeo, pero es íntimo, así que os hago resumen)...

- ¡Mira Hugo, hemos reunido muchísimo dinero para comprarle los zapatos a Leire! ¿Cómo te sientes?
- ¡Muy contento, mami! Le vamos a comprar unos zapatos dorados con un lazo muy bonito.
- ¿Te ha gustado vender pulseras?
- ¡Sí, mami! ¡Me lo he pasado pipa!
- ¿Y qué has aprendido? ¿Qué crees que hay que hacer cuando hacemos algo mal?
(Atención a la respuesta)
- Arreglar el daño.
- Jolines, Hugo, ¡qué bien! Pues tengo que darte una noticia importante. Me ha llamado la mamá de Leire: dice que te perdonan por haberle roto los zapatos, y que no hace falta que le compres otros.
- ¿Por qué no?
- Porque tiene muchos y en realidad no los necesita. ¿Sabes qué quiere decir eso?
- ¿Qué?
- Que todo el dinero que has ganado vendiendo pulseras, ¡lo puedes gastar en lo que tú quieras!

Instantánea del momento:



Su primera reacción fue decir que quería un tiranosaurus rex y un parasaurolophus, pero luego recordó que ya tenía en casa y cambió de idea x'D ¿Adivináis? ¡Síiiiiii! LEGOs!!!!! Allá nos fuimos con nuestro tarro al Carrefour ^_^



Decidió coger un LEGO duplo "porque también pueden jugar los bebés y puedo compartirlo con mi hermanita" (aunque luego no la dejaba abrir la caja xD).


Y la gran sorpresa fue que en el último momento... ¡Cambió de opinión! Y ya no quiso el camión de bomberos: prefirió coger el caminón de transportar coches y un peluchín para su prima <3 La verdad es que con lo del tarro no alcanzaba... Pero eso él no lo sabe ;)


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El miércoles, entre ir al cole pintado de Batman -con capa y todo-, ver a su prima y luego esto, definitivamente fue un GRAN, GRAN día para Hugo. Bueno, y para todos. Porque ya sabéis lo que pasa con las emociones intensas: son contagiosas ^_^

¿Y qué hemos aprendido, después de todo este jaleo? Bueno, pues hemos aprendido varias cosas:
  • Que todos cometemos errores. Y que cuando hacemos algo que está mal y le hacemos daño a otra persona, hay que "ARREGLAR EL DAÑO". Así que aprendemos que, aunque es normal entristecerse, autoflagelarse sirve de poco: lo que hay que hacer es buscar soluciones.
  • A ser LÓGICOS: qué he hecho (romper unos zapatos) - cómo puedo arreglarlo (reponiéndolos) - cómo puedo conseguir ese arreglo (vendiendo pulseras para comprar unos nuevos).
  • A ser CREATIVOS y a buscar soluciones a nuestros problemas. A pensar alternativas y a decidir cuál es la mejor.
  • A planificar, preparar y llevar a cabo nuestras ideas.
  • Que los castigos no son ni eficaces, ni necesarios. Con los castigos aprenden que, en teoría al menos, "esto está mal", pero no entienden "por qué está mal". Con estas cosas no sólo lo entienden, sino que lo interiorizan de una forma... Indescriptible. 
  • Que merece la pena buscar TIEMPO para ellos. Quítaselo al trabajo, al gimnasio, al vermouth del domingo o (esta es mi opción) a la limpieza de la casa, e inviértelo en ellos. Cuando rompió los zapatos, la inversión temporal de haberle dado "una bofetada a tiempo", o de simplemente haberle dado un grito y enviado a su habitación, habría sido de segundos. Nuestra opción requirió una explicación, una planificación y una ejecución. Fueron muchas horas en varios días. Pero lo hemos aprendido para siempre <3
  • Y súper importante (yo diría que lo más): hemos aprendido que, cuando cometemos un error, MAMÁ NOS AYUDA. Podemos contar con mamá para decirle lo que hemos hecho, con la confianza de saber que no nos hará sentir peor de lo que ya nos sentimos, sino que nos ayudará a encontrar maneras de arreglar la situación, buscar las soluciones y llevarlas a cabo para que volvamos a sentirnos bien.

Porque de eso trata la educación, ¿no? De aprender a sentirnos bien. De aprender a ser felices :)











lunes, 8 de junio de 2015

De castigos, consecuencias y lecciones vitales.



Voy a hacer una entrada breve, muy breve (o voy a intentarlo, que nunca se me ha dado bien lo de ser breve) sobre lo que mi hijo mayor, Hugo (4 años y medio), y yo hemos hecho este fin de semana. Pero antes os voy a contar lo que nos pasó la semana pasada:

Mi hija pequeña, Aine, (1 año y medio) encontró una bolsa llena de zapatitos que heredamos de nuestra primita y que íbamos a devolverle. Y, claro, como cualquier bebé que encuentra una bolsa llena de cosas, sacó todas las cosas de la bolsa. ¿Para qué, si no, iban a estar ahí? Y Hugo se sumó a la fiesta: agarró un zapato amarillo, le quitó el lazo y le pareció muy divertido deshacerlo en un millón de hilos, bailando a lo loco por el pasillo. El pobre, claro, no lo hizo con mala intención... Sólo le pareció divertido en el momento y no se paró a pensar en lo que hacía.

Le expliqué que el zapato que había roto era de su prima Leire, que teníamos que devolvérselos y que ahora no podíamos porque estaban rotos, y que teníamos que reponerlos. Así que empezamos a pensar qué podríamos hacer. Hugo quería trabajar "en el ordenador como mamá" para ganar dinero para los zapatos, pero no terminábamos de ver cómo hacerlo. Así que le dimos un par de vueltas hasta que se nos ocurrió... ¡Pulseras! Nuestra idea ha tenido que esperar hasta el fin de semana :)


El viernes Hugo y yo pasamos un buen rato por la tarde haciendo pulseras con trapillo que teníamos por casa y unas cuentas chulas. Nuestro plan era hacer 20 ó 30 pulseras y venderlas luego por 1€. No nos llevó mucho tiempo, pero fue divertido pensar las pulseras entre los dos y llevarlas a cabo. Al final, les pusimos nudo corredizo para que le sirvieran a todo el mundo, y las cortamos todas con el mismo largo... Más o menos!! xD




Cuando hicimos la primera, vimos que el resultado quedaba mucho más bonito de lo que esperábamos!! Habíamos conseguido hacer unas pulseras que DE VERDAD valían un euro ^_^




El sábado por la tarde eran las fiestas de nuestro barrio. ¡Había que aprovechar! Planeamos qué llevar para nuestro puesto. Queríamos llevar nuestra tiendita de cartón de Ikea, pero había llovido y la hierba estaba mojada, así que descartamos. En su lugar llevamos una cajita de plástico plegable que compramos hace meses en Leroy Merlin. Hugo escribió un cartel de "Pulseras 1€" y yo escribí un pequeño cartel explicativo. También llevamos nuestro tarro lleno de pulseras y, of course, la caja registradora :D Tengo que decir que Hugo fue SÚPER profesional. Cuando veía que alguien se acercaba se ponía detrás de nuestra cajita en pose de "empresario serio con bigote" y, con todo lo tímido que él es, atendía a las mil maravillas. Le explicaba a todo el mundo que el nudo era corredizo y daba las gracias siempre que le compraban una pulsera. Esto de la vena comercial debe venirle en los genes, jajajaja.

Nada más llegar al prao, se nos acerca un reportero de La Nueva España que nos hace una foto para el periódico y, encima, nos compra una pulsera. También me pidió que le dejara hacer una foto al cartel, porque "si no, cuando cuente esto en la redacción no me van a creer" :D





El domingo por la mañana hicimos ídem, pero esta vez en la playa de San Lorenzo, aprovechando que hacía solete :)

Fue un fifty-fifty atender el puesto / jugar con la arena. Lo pasamos bien y vendimos alguna pulsera más, aunque las que vendimos fue después de que Hugo decidiera que era mejor cambiar de sitio nuestra cajita y ponernos en el muro en lugar de en la arena. Debe ser que "la gente que va en bañador no tiene dónde llevar el dinero" x'D 





Al final fue buena idea cambiarnos de sitio. Y nuestro primer cliente nos dijo que nuestro puesto era "lo más original que había visto en su vida". Aunque a Hugo le importó poco, porque estaba muy concentrado contando las monedas de céntimo con que el buen señor le había pagado.




Y estamos a lunes, hemos cumplido nuestra misión y, lo más importante de todo, es que hemos aprendido una lección muy valiosa a través del juego. Yo no sé si a vosotras/os también os pasa. Bueno, en realidad sí que lo sé: también os pasa. Mucha gente cree que educar con respeto es lo mismo que educar sin límites, que educar sin castigos es lo mismo que educar sin consecuencias. Y yo digo que no. Y este me parece un ejemplo muy ilustrativo.

EDUCANDO CON CASTIGOS, EL NIÑO NO APRENDE UN VALOR: APRENDE A TEMER EL CASTIGO. 

Tal vez deje de hacer la acción/conducta que no deseamos (o tal vez no), pero no porque adquiere el aprendizaje que deseamos, el valor intrínseco que buscamos, sino por temor al castigo que vendrá. De este modo, la consecuencia no es el aprendizaje, sino el castigo. Y, previsiblemente, tan pronto aprenda a hacerlo a escondidas, sabrá que puede evitar el castigo, dejará de temerlo y lo hará de todas formas.

SE PUEDEN ENSEÑAR CONSECUENCIAS SIN CASTIGOS, A TRAVÉS DEL JUEGO Y LA EXPERIMENTACIÓN.

Así le enseñamos una consecuencia LÓGICA y REAL -en el mundo real, si le rompes, por ejemplo, el coche a un amigo, lo que haces es pagarle la reparación, no encerrarte en tu habitación la tarde entera, o dejar de ver la tele dos semanas-. Y no sólo se lo enseñamos de verdad, de una forma que pueda entender el VALOR de sus actos e INTERIORIZAR esa consecuencia, sino que, además, se lo enseñamos de una forma divertida y experimental y compartimos con ellos un tiempo importante haciendo algo diferente y original. Y, ya de paso, le estamos enseñando a ser creativo y a BUSCAR SOLUCIONES a sus problemas.

Pasado el fin de semana, Hugo tiene en su tarro de monedas treinta y dos euros para comprarle a su prima "unos zapatos dorados", y entiende perfectamente que ha hecho algo que no está bien y le entristece realmente haber roto los zapatos de su prima. Lo que aún no sabe es que su prima nos perdona y se va a poder gastar el dinero en lo que él quiera. Yo vaticino que será el camión de bomberos de LEGO que hace meses que mira embobado cada vez que vamos a comprar al Carrefour. Aunque, conociendo a mi hijo como lo conozco, no descarto que, pese a todo, le quiera comprar a su prima los zapatos.





ESOS higos.






Había higueras en el patio de mi colegio…
Puede que un niño “no sepa muchas cosas” pero, las cosas que un niño sabe, son verdades absolutas. Incuestionables. Yo sabía que a mi madre le gustaban los higos. Así que en cuanto los sanjuaninos empezaban a asomar, ahí iba yo: apañando higos por el patio, de árbol en árbol, recogiéndolos en mi mandilón para llevárselos a mi madre.
Sentía adoración. Todo era poco para mi madre. Nada en el mundo, ni todos los higos ni todas las flores ni todos los rayos del sol, podrían medir el amor de un niño por su madre. Yo le llevaba mi pequeño tesoro verde y ella se emocionaba, imagino que no por el higo, sino por esa certeza de que yo la recordaba mientras estaba en el colegio. De que de una manera u otra siempre la llevaba conmigo. Y ella me daba las gracias llena de ilusión y me decía que lo comería luego. Pero no… Eso no te sirve: a ti no te vale que lo coma luego porque quieres ver lo feliz que es cuando se coma la maravillosa vianda que has recogido para ella y que has transportado todo el día en un bolsillo lleno de amor y restos de lápiz. Puede que un papá, o seguramente algún vecino, te diga que es mejor recoger los higos en junio, o incluso esperar a los miguelinos de octubre. Y que es mejor coger los de arriba, porque les pega más el sol y están más dulces. Porque los mayores son así: te enseñan “a hacer las cosas bien”. Pero no una mamá. De una mamá se aprende a impregnar de amor cada gesto, cada detalle. Una mamá no te enseña a hacer las cosas “bien”: te enseña a hacerlas mágicas.
ESOS higos. Esos higos verdes. Esos higos verdes de primeros de mayo. Esos higos verdes de primeros de mayo que crecen a un metro del suelo -porque una niña de seis años no alcanza a coger los higos más altos-, deben ser la cosa más amarga y difícil de comer de la historia de las cosas amargas y difíciles de comer. Yo no sé si todas las madres del mundo lo hacen pero, si existe una persona en el mundo capaz de comer ESOS higos sólo por verte feliz, por no cambiar tu carita de ilusión por unos ojos tristes, sin duda esa persona es una madre.
Gracias, mamá. Gracias por todos ESOS higos que te comiste por mí. Por todos los primeros domingos de mayo que anocheciste preparando uniformes, porque al día siguiente había colegio. Por todos los viajes a la playa, cuando tu cuerpo te pedía descanso, sólo para ser la encargada de los bocatas y estar segura de que comíamos bien. Por todas las veces que llegaste a casa derrotada y aplazaste todo diez minutos para jugar conmigo antes de dormir. Por todos los nesquicks que me llevaste a la cama sólo para mimarme, incluso cuando ya estaba dormida –sobre todo por esos-. Por todas mis comidas favoritas. Por los macarrones con ajo y cebolla que fueron mi primer antojo de embarazada. Por no olvidar ni uno solo de los ciento noventa y ocho cumpleaños que sumamos entre tus cinco hijos. Por el caramelo de marihuana que te comiste contra tus principios, sólo para que tu hija adolescente te sintiera cerca. Por todas las veces que has confiado en mí, pesara a quien le pesara. Por todos los consejos que me has dado –porque, créeme, puede que no siempre te haga caso, pero te escucho siempre, y los recuerdo por si acaso un día me hicieran falta-. Por convertir tu voz en mi voz interior. Por todas las lágrimas que me has enjuagado y por llorarlas conmigo. Por todas las lágrimas que has llorado a solas para que yo te viera fuerte –sí, mamá. Sé que llorabas-. Por todas las veces que hemos llorado de risa juntas. Por enseñarme a ser una buena persona. Por quererme como me quieres. Por enseñarme a querer a mis hijos como los quiero. Por ser una persona imperfecta y la madre perfecta para mí. Por hacer todas esas cosas que sólo una madre hace. Gracias por ser mi madre siempre. Hasta cuando no estamos juntas.
Ojalá hubiera habido rosales, mamá, para llenarte de rosas. Ojalá hubiera habido calas o claveles rojos, que son tus flores favoritas, para llenar de colores mis bolsillos y tus jarrones. Pero no. Eran higueras lo que había en el patio de mi colegio… Mi gran suerte en la vida, mamá, ha sido que tú fueras la madre que me esperaba en casa.