lunes, 17 de diciembre de 2012

Recién Parida




En nuestra página de Facebook, lo sabréis quienes nos visitáis de vez en cuando por allí, muchas mamás y algún ocasional papá comparte con nosotros alguna pequeña maravilla, ya sea en forma de pregunta, anécdota o fotografía. Pero esto que Rayen, del blog Amaruza Textual, nos dejó el sábado me hizo empezar el fin de semana con esa sonrisa nerviosa de quien siente que le arrancan de dentro un profundo sentimiento para convertirlo en letras. Y ahí estaba yo, mañana de sábado, cuando mi chico entró en el salón: con un niño en la teta izquierda, el móvil en la mano derecha y una explicación nada elocuente para justificar mis lágrimas.

Con el expreso permiso de Rayen, comparto este sublime relato con vosotros:


Me ha sorprendido mucho ver tu cara en las fotos. Esa cara de recién parida, reconocible a kilómetros. Debes estar pensando que tu semblante se quedará así por siempre, y aunque la idea sea aberrante, tienes algo de razón, porque lo reciente pasará, pero la cara de madre será tu cicatriz eterna: no tiene nada de fácil haber descubierto en qué consiste dar la vida.

Regreso a las imágenes. Te ves básicamente cansada, tanto que uno pensaría imposible sostenerse en pie albergando tanto agotamiento. Sin embargo se te ve feliz, llena de una extraña luz que lejos de ser brillante resulta cándida y amplia, como si te hubieses convertido en un atardecer enorme que suaviza los bordes de todo. Él, al contrario, está lleno de energía, y eso duele. Quema estar tan infinitamente quebrada mientras el ”orgulloso padre” se desborda sobre sí mismo cargando por primera vez ese órgano palpitante que tu cuerpo acaba de expulsar. Tuyo, ese trocito tuyo que hasta hace muy poco sólo conocía las paredes internas de tu cuerpo, los sonidos de tu corazón hinchado y tu respiración forzada. Tuyo y ahora de la cámara que lo persigue. Tuyo y de tanta gente que quiere llevarlo en brazos sin tener el más mínimo mérito. Tan tuyo y ahora del mundo. Es imposible sufrir más. 


Y aceptas de buena gana la ayuda del entorno, porque te duele el cuerpo, o la sutura, o el aguijonazo de la anestesia, o el nuevo pecho preparado para estallar, o todo eso junto: pero más te duele el vacío en el vientre, ese hueco parecido a una incertidumbre eterna que llevas dibujado con detalle en la cara. Cara de parida, la cara de un ser humano que ha perdido por completo el valor de lo pasado, porque ahora solo existe fuera de su propio cuerpo.

Por eso se te ven los ojos perdidos, porque lo único que realmente pueden mirar es esa criatura en carne viva. Esa piel nueva que eres tu misma y te recuerda con su vida que has perdido parte de la tuya. Ese puntito del universo que le arrebató la importancia al resto. ¿Quién podría habértelo dicho? Y si existiese un Dios elocuente que te hubiese pintado esta realidad ¿le hubieras creído? Esto no se puede entender antes. Lo verás en los ojos de la mujer sin hijos, lo verás en la inocencia de la embarazada… lo reconocerás ahora en la cara de la recién parida.

A ti, mujer que has roto tu cuerpo para entregarlo todo; a ti que seguramente sientes haber perdido, cuando realmente has ganado; a ti que lloras por dentro tanto como sonríes por fuera; a ti, madre, te regalo una idea borrosa que podrá sonar a ilusión lejana: ese dolor alegre que te aprisiona, se llama amor: conseguirá poco a poco nuevas vías por las cuales fluir, y eso, además de aliviarte, fortalecerá tu cría. Jamás dejará de doler, pero ya no arderá, ya no habrá daño. Entonces, un día cualquiera, te regalarán una sonrisa… en ella reconocerás lo grande y valiente de tus propios actos, y sabrás que la etapa de estas fotos, ya pasó.

Fuerza,
Rayén.




viernes, 28 de septiembre de 2012

La Lactancia "prolongada" y La Gorda del Tres.



Esto es sólo una pequeña reflexión. Según la Real Academia Española de la lengua:

(Del lat. prolongāre).

1. tr. Alargar, dilatar o extender algo a lo largo. U. t. c. prnl.
2. tr. Hacer que dure algo más tiempo de lo regular. U. t. c. prnl

¿Y qué es lo regular? Pues, según la propia RAE, es en una primera acepción lo "ajustado y conforme a regla". Es decir, que la Lactancia Materna Prolongada es aquella que se extiende a propósito, haciendo que dure más de lo que se entiende como "normal". ¿Y por qué no ha de ser lo "normal" dar el pecho dos o tres años?

Mira tú por dónde, si seguimos urgando en el diccionario, va y resulta que la tercera acepción de la palabra "normal" dice que es la cosa que por su forma y magnitud se ajusta a las normas fijadas de antemano. Pero la acepción PRIMERA de la palabra es, textualmente:

(Del lat. normalis)

1. adj. Dicho de una cosa: Que se halla en su estado natural.

Está en la RAE. Podéis comprobarlo.

Así que tenemos que lo que se encuentra en su estado natural es, en primera instancia, lo normal. Un niño al que no se desteta a propósito, sino que se le permite mamar cuanto tiempo quiera, difícilmente dejará la teta antes de los dos años. Entonces, si esto es lo natural, ¿no debería ser esta la Lactancia Normal? Mirad:


(De cortar).

1. tr. Disminuir la longitud, duración o cantidad de algo. U. t. c. intr. y c. prnl.

Así que si "Normal = Natural", si le doy el pecho a mi hijo durante dos años, o tres, o los que él me pida, lo que le estoy dando es Lactancia Natural. Y toda la demás es Lactancia Acortada. Esa, y sólo esa, es la que se sale de lo que verdaderamente es lo normal, por mucho que nos vendan lo contrario. Tenemos un idioma tan rico, pero tan rico, que permite como un millón de trampas al entendimiento y a veces una servidora ya no sabe si pensar que un grupito de pequeños (o grandes) cabroncetes lo aprovechan para vendernos lo que les da la gana...






¿Y qué más da llamarlo de una forma u otra, si total se entiende de qué estamos hablando? Ya, claro. Mi vecina del quinto pesa alrededor de ciento veinte kilos. En el barrio todos la llaman "la gorda del tres". Pero ella, mira tú, prefiere que la llamen Carmen. Tal vez sea PORQUE ES SU NOMBRE.
Seguro que alguna vez habréis escuchado expresiones tontas del tipo "¡de tanto comer pollo te van a salir plumas!". Es una forma de hablar. Nadie se cree que si come mucho pollo le saldrán plumas. Pero que te lo digan de tu bebé. Entonces sí. Entonces es ley grabada en piedra que si tu bebé come demasiado pollo, le saldrán plumas. Y si le das teta a demanda, chupará por vicio. Y llorar ensancha los pulmones. Y los brazos crean niños dependientes y enmadrados. Y tienes que beber mucha leche para dar leche (el que haya visto a una vaca adulta beber leche alguna vez, por favor, que levante la mano). 

Por ridículas e infundadas que sean, cada palabra que se refiere a nuestros peques cobra la categoría de ciencia exacta muchas veces, así que no creo que le hiciera daño a nadie, en algo tan importante, empezar a llamar a las cosas por su nombre. Vamos, digo yo.








lunes, 10 de septiembre de 2012

Respira


RESPIRA. Serás madre toda tu vida.
Enséñale las cosas importantes. Las de verdad.
A saltar en los charcos, a observar a los bichitos,
a dar besos de mariposa y abrazos muy fuertes.
No olvides esos abrazos y no se los niegues NUNCA:
puede que dentro de unos años los abrazos que añores
sean los que no le diste.
Dile CUÁNTO LE QUIERES
siempre que lo pienses.
Déjale imaginar. Imagina con él.
Déjale llorar. Llora con él.
Las paredes se pueden volver a pintar.
Los objetos se rompen y se reemplazan 
continuamente.
Los gritos de mamá
DUELEN PARA SIEMPRE.
Puedes fregar los platos más tarde.
Mientras tú limpias él crece.
Él no necesita tantos juguetes.
Trabaja menos y quiere más.
Y, sobre todo, RESPIRA.
Serás madre toda tu vida.
Él sólo será niño una vez.


Puedes comprar tu lámina (la única autorizada por la autora), diseñada por Mommo, en el enlace que se abre al pinchar en esta imagen:




Creo que llego la última a mi propio entierro. Hace un par de semanas escribí este pequeño texto que publiqué en mi página de facebook acompañado de una foto. Lo cierto es que no creí que fuera a extenderse tanto como lo ha hecho... Y me acabo de dar cuenta: ¿por qué no ponerlo también en el blog?




viernes, 17 de agosto de 2012

Sí Pero, Sí Porque.


      ¿Os acordáis de "Al Salir de Clase"? No digáis que no, viciosillas, que quien más quien menos todas habéis llevado un póster Súper-Pop de Íñigo pegado a la carpeta... (Y luego estaban las desviadas, como yo, que llevábamos a Víctor Clavijo... Ay...). Bueno, a lo que iba: que recuerdo yo un capítulo en el que a una chica "alternativa" (o lo que podía considerarse alternativa en semejante contexto) le echaban en cara que no participase en una acción feminista, o algo por el estilo, y ella respondía tajante:

- Me niego a luchar contra ello. Luchar contra algo es admitir su existencia.

Pues no sé hasta qué punto será verdad o no, o hasta qué punto llevo esa máxima a la práctica o no en mi vida en general, pero lo cierto es que más de una vez desde entonces (y no es que haga poco tiempo, hemos crecido os guste o no) me he acordado de ella. Y aquí es donde yo quería llegar. En lo que caí el otro día del modo más tonto...

Estábamos en una terracita y Hugo, que con sus 21 meses llevaba todo el día de piscina en piscina sin recordar que mamá tiene tetas, se pilló los dedos entre dos sillas. Se hizo daño de verdad, llamó a mamá y pidió teta. Cuando lo puse al pecho una chica que estaba sentada en nuestra mesa, pero a la que no conocía de nada, comentó por lo bajini que le daba vergüenza que yo estuviera haciendo "eso". Otra chica, esta ya de más de confianza, se interesó por lo que acababa de pasar y preguntó si el peque solía pedir teta cuando se hacía pupa. Y mi hermano, pro-lactancia a más no poder y sintiéndose orgulloso, dio una explicación a la mesa entera:

- Sí, porque es lo que mejor lo calma. Siempre que se hace daño va a la madre y le pide teta, así se le pasan todos los males.

Y entonces ¡paf! Se encendió el piloto de Alerta-Duda. ¿Por qué está dando explicaciones, si no estamos haciendo nada malo? Y entonces ¡bis de paf! Coño, ¡si yo también lo hago! Me vi a mí misma, y a muchas mamás conocidas, respondiendo un montón de veces a la pregunta de "¿todavía toma pecho?" (y similares) con un "Sí, porque es lo que más le alimenta", "Sí, porque nos encanta", "Sí, porque es lo que mejor le calma", "Sí, porque", "Sí, porque"... Y, lo que es peor, "Sí, pero...". "Sí, pero cada vez menos", "Sí, pero sólo para dormir", "Sí, pero", "Sí, pero"... Sí, ¿pero qué? ¿Por qué hacemos eso?

- ¿Bebes?
- Sí, pero sólo los fines de semana.
- ¿Fumas?
- Sí, porque me relaja un montón.
- ¿Todavía das el pecho?
- Sí, pero ya sólo para dormir.

Aquí hay algo que está fuera de sitio. No es un vicio, no es una droga ni es algo obsceno, no es nada de lo que avergonzarse. Es lo normal, lo natural, lo que debería ser la norma establecida. Nadie te pregunta si respiras y, si lo hiciera, pondrías cara de incredulidad por tener que responder a una gilipollez calibre veintitrés y dirías "". Como mucho un "Sí, claro", y no te sentirías incómoda por seguir respirando después. ¡Menudas tonterías tiene la gente! Entonces, ¿por qué seguimos sintiéndonos empujadas a dar una explicación por estar dando cuerda a lo poco que nos queda de natural y de humano-mamífero? ¿No colaboraremos, con ello, a perpetuar la creencia de que la lactancia materna es "lo raro" ya que debe ser excusado? A fin de cuentas, las explicaciones, como me dijo una amiga, los amigos no las necesitan, los enemigos no las creen y los estúpidos no las entienden...

Mira, creo que voy a hacer la prueba. A partir de ahora, mi se queda solo.




jueves, 31 de mayo de 2012

Váyase a la mierda.

    Me gustan los cachorritos y las ovejas de dos días. Me gustan los días de sol en el campo y los días de lluvia en el sofá. Me gusta el sexo y soy mujer: me gusta mi sexo. Me gustan las bayas rojas y redondas y las flores azules. Me gustan los puzzles complejos y los placeres sencillos. Me gusta abrazar a Hugo cuando tiene frío y consolarle cuando tiene una pesadilla. Me gustan los baños relajantes, las velas aromáticas y el olor a incienso. Me gusta el chocolate caliente y los batidos de chocolate fríos. Me gusta el café templado, la sidra fresca, la cerveza tostada, el billar, el ajedrez y dibujar. Me gustan las ratas. Me gusta montar a caballo, jugar con mis perros y ver nadar a los peces. También me gusta mi gata, aunque no sé bien por qué. Me gusta que me guste lo que veo en el espejo. Me gusta mi imagen reflejada en los preciosos ojos de mi hijo y adivinar su sonrisa debajo de mi teta. Me gusta el dinero fácil, las elecciones difíciles y las sorpresas agradables. Me gustan las fotos en blanco y negro y las televisiones de alta definición, las pachangas de tute en el bar y las aventuras gráficas en tres dimensiones. Me gustan los Lacasitos marrones. Me gustan las piscinas de bolas, los toboganes acuáticos y todos los columpios del mundo. Me gustan los músicos callejeros y los cinco euros que olvidé en un bolsillo. Me gustan los árboles frondosos y los troncos retorcidos. Me gusta pensar en la inmensidad mirando el mar, y meterme en la inmensidad del mar para dejar de pensar. Me gustan los planes a corto plazo y los viajes de larga distancia, Me gustan las botas altas, los tacones bajos, y los pantalones de culo prieto y perneras anchas. Me gustan los castillos medievales, la higiene moderna, los vestidos de los 60, los 300 espartanos de las Termópilas, el 69 ocasional, el número 6, el 26 de mi cumpleaños, la letra S, la gente educada y el cinismo de Diógenes. Me gustan las transacciones rápidas y los besos lentos. Me gusta guardar secretos, gritar verdades, beber de la botella y comer la nata directa del bote.
 
      Me gustan miles, millones de cosas pero, entre todas ellas, aunque no le importe:




NO ESTÁ USTED, SEÑOR ESTIVILL.




martes, 15 de mayo de 2012

Carta a un Hospital


ATT: Sr. Jose Manuel Llera Fueyo
Gerencia del Hospital de Cabueñes
Gijón, Asturias

Gijón, a 13 de mayo de 2012.





Estimado Sr. Llera:
¿Recuerda cuándo lloró por última vez?  ¿Por qué lloró, Sr. Llera? Yo he llorado hoy. ¿Y sabe por qué? Porque soy mujer, porque soy madre y porque soy lactante. Si no fuera alguna de esas tres cosas quizás habría sentido pena, sin más. Pero no he llorado por pena, no.
¿Recuerda cuándo lloró por empatía por última vez? ¿Tal vez en algún velatorio? Es curioso el llanto en los velatorios: solemos llorar porque sentimos la pérdida que sufren los que quedan en vida. Porque nos empeñamos en ver nuestras vidas vacías, insignificantes títeres de una injusticia contra la que no podemos más que resignarnos. Podemos incluso llorar viéndonos reflejados en un pasado o acaso temiendo un futuro similar. Tal vez lloremos un poco de rabia, sabiendo que puede sobrevenirnos la misma suerte sin armas para enfrentarla.
¿Sabe usted, Señor Llera, por qué he llorado yo hoy? Porque una madre, amiga mía, y su hija han perdido su lactancia. Y no es justo, señor mío. He llorado porque yo amamanto a mi hijo y soy consciente de lo que se van a perder. Porque no encuentro justicia, ni lógica ni argumento que avale que una madre bien informada y deseosa de amamantar a su hija se vea bailando al son de un sistema que, tal vez sin saberlo, ha convertido un río que fluye calmo en un pantano insoslayable. He llorado pensando que podría haberme pasado a mí. Que puede que me pase. Que seguro le pasará a muchas otras. Y he llorado de rabia pensando que no tengo armas para pelear contra ello.
Por eso esta carta, Señor Llera. Porque puede que no haya gastado toda mi artillería. Porque, ¿qué otra cosa hacer?
No saben realmente el poder que tienen. Hace cosa de un año le escribí una carta de agradecimiento a su antecesor, porque mi bebé de tres meses había estado ingresado en febrero y gracias a la política de su hospital nuestra lactancia no tuvo que interrumpirse. Quince meses después sigo dándole el pecho. Me gustaría decir que parece mentira que le esté escribiendo esta carta al mismo hospital… Pero la verdad es que sé que es dolorosamente cierto.
Cuando la hija de mi amiga nació estuvo ingresada dos semanas. Largas. Larguísimas. Eternas. Dos semanas en las que a la mamá se le permitía coger a su hija sólo cada tres horas para amamantarla y en las que los nuevos papás pidieron una y otra vez, una y otra vez, que no le dieran leche artificial a la niña y que no le pusieran el chupete. ¿No deberían tener derecho los padres a decidir sobre la salud de un hijo? ¿No querría usted decidir sobre el suyo? Pero una niña privada de contacto materno necesitaba consuelo y las enfermeras, que seguro que hacen bien su trabajo, pero que no saben de lactancia quizá más que mi propia madre, hacían lo que creían conveniente: y ahí iban los biberones… Y ahí venían los chupetes… Parece que no pasa nada. Que todo es inofensivo. Que es por el bien de la niña. Lo siento, Señor Llera, lo siento no sabe cuánto, pero no. Han sido desde entonces tres meses de una baja producción de leche, de succión ineficaz, de dolorosísimas grietas culpa de la confusión del pezón y, lo que es peor, de frustración y miedo. Y aún queda por venir lo peor: una vida entera pensando que se ha perdido algo mágico y único, pensando que quizá podría haber hecho más (porque así somos las madres, siempre culpándonos), maldiciendo un sistema, una sociedad entera, que le ha fallado en un momento crítico.

De verdad que no saben el poder que tienen. Para ustedes es un caso más: para ella es su única hija. Detrás de cada cama, de cada cuna y de cada incubadora hay una historia que viene y otra historia que vendrá. Puede que el problema venga de ver el hospital como la solución a un problema que se arrastra y no como el punto de partida desde el que arrancar con fuerza. ¿No deberían ser ustedes quienes allanen el camino?
Una madre informada, leída, convencida y ansiosa por amamantar a su hija se ha perdido en el intento. ¿En qué fallamos, Señor Llera?
¿Tanto pedimos? No pretendo que esta sea una carta de queja. Sólo le pediría que reflexionase. Concédame dos minutos de su vida. Me sirven dos minutos cualesquiera, mientras se ducha o se toma el postre, pero préstemelos y reflexione: son pequeños, pequeñísimos gestos que pueden cambiar una maternidad y dos vidas enteras.
Hablamos, Señor Llera, del mismo hospital: gracias al cual yo continúo con una lactancia de más de un año y medio, y a causa del cual una madre ha perdido la suya en tres meses. Si yo estuviera en su lugar, si tuviera sus armas, le dedicaría al menos un poco de tiempo a pensar qué es lo que está pasando. Puede que no le haga ser mejor gerente, pero quizás sí mejor persona.

Muchas gracias por su tiempo y su atención. Reciba mi más cordial saludo:
Jessica Gómez Alvarez

jueves, 10 de mayo de 2012

El rey que gobernaba sobre todas las cosas.

"-¿Y las estrellas os obedecen?
- Por supuesto - le dijo el rey -. Obedecen al instante. No tolero la indisciplina.
Un poder tal maravilló al principito. ¡Si él lo hubiera detentado, habría podido asistir, no a cuarenta y cuatro, sino a setenta y dos, o aun a cien, o aun a doscientas puestas de sol en el mismo día, sin necesidad de mover jamás la silla! Y como se sentía un poco triste por el recuerdo de su pequeño planeta abandonado, se atrevió a solicitar una gracia al rey:
- Quisiera ver una puesta de sol... Dame el gusto... Ordena al sol que se ponga...
- Si ordeno a un general que vuele de flor en flor como una mariposa, o que escriba una tragedia, o que se transforme en ave marina, y si el general no ejecuta la orden recibida, ¿quién, él o yo, estaría en falta?
- Vos - dijo firmemente el principito.
- Exacto. Hay que exigir a cada uno lo que cada uno puede hacer - replicó el rey -. La autoridad reposa, en primer término, sobre la razón. Si ordenas a tu pueblo que vaya a arrojarse al mar, hará una revolución. Tengo derecho a exigir obediencia porque mis órdenes son razonables.
- ¿Y mi puesta de sol? - respondió el principito, que jamás olvidaba una pregunta una vez que la había formulado.
- Tendrás tu puesta de sol. Lo exigiré. Pero esperaré, con mi ciencia de gobernante, a que las condiciones sean favorables.
- ¿Y esto cuándo sucederá? - indagó el principito.
- ¡Hem! ¡Hem! - le respondió el rey, que consultó antes un grueso calendario -, ¡será esta noche a las siete y cuarenta en punto! ¡Y verás cómo soy obedecido!" (Antoine de Saint-Exupéry. El Principito.)

Desde que soy madre, casi a diario pienso en este rey, que gobernaba sobre todas las cosas porque, precisamente, sabía gobernarlas.

La sociedad, la nuestra, en general se parece muy poco a este rey, y particularmente poco en cuanto se refiere a nuestros niños: les pedimos que duerman solos, que no hagan ruido, que no molesten, que sean independientes y que nos permitan llevar una existencia lo más cómoda posible. Y, por supuesto, que todo esto lo hagan sin llorar ni protestar. Faltaba más. Pero ellos lloran, por supuesto, y protestan. ¿Será que la falta está en nosotros y no en ellos?

miércoles, 2 de mayo de 2012

Eso tú, que tienes tiempo.

Lo ideal es darle a tu hijo sólo pecho durante los seis primeros meses. Lo dice la OMS. Pero la mayoría de las madres tienen que volver al trabajo a los cuatro meses, así que eso... En fin, eso lo haces tú, que tienes tiempo.


Deberíamos respetar los ritmos naturales de nuestros niños. Quitarles el pecho a los seis meses de edad es, por decir poco, muy temprano. Deberíamos permitir que fueran ellos quienes decidan cuándo es el momento de dejar su amada teta porque, recordemos, no sólo es alimento: es consuelo, es seguridad, es ese punto de partida desde donde todo vuelve a estar bien. Pero claro, no siempre se puede tener la teta ahí cuando ellos quieran. Eso tú, que tienes tiempo.

No existe mamífero, ni ser vivo alguno, en la naturaleza que por instinto haga algo perjudicial para sí mismo. A nuestros peques algo desde muy dentro les dice que deben dormir con nosotros: por algo será. Abrazarlos por la noche y arroparlos con tu propio cuerpo cuando sientes que tienen frío es una de las mejores sensaciones del mundo. Pero aunque lloren es mejor acostumbrarlos a dormir solos porque, si no, no te dejan dormir y uno tiene que descansar para ir a trabajar. No se puede estar toda la noche pendiente de ellos. Eso tú, que tienes tiempo.





Un niño es un niño. No entienden de protocolos, de contextos, de ocasiones. Un niño no entiende de materialismos, de posesiones, de si este colegio es mejor que aquel o si su papá tiene un trabajo peor que el otro. Un niño sólo entiende que cuando está contigo, está contigo. Y te puedo asegurar que preferirá siempre mil veces jugar contigo a romper un papel o esconderse en una manta que jugar con el trasto multicolor más sonoro del planeta. Pero, desde luego, con algo hay que entretenerlos porque un adulto también necesita su espacio y es imposible pasarse el día jugando. Eso tú, que tienes tiempo.

Tendríamos que aprender, y esto es serio, a dejar nuestra adulta frustración lejos de nuestros hijos. Son niños: deberíamos quererlos y respetarlos por lo que son y no a pesar de lo que son. Tendrán momentos buenos y malos, igual que tú, que ya eres mayorcit@. La diferencia entre ellos y tú es que tú ya deberías saber controlarte. No es justo que tú no puedas y se lo exijas a ellos. Es sólo cuestión de paciencia, de respirar hondo y contar hasta diez. Pero es que es imposible no llevarse la frustración a casa. Trabajando fuera es normal que tengas días malos y no estés para aguantar a nadie. Eso tú, que tienes tiempo.




¿Tan equivocados estamos? Siempre oigo a amig@s y familiares decir que tendrán hijos cuando se casen, cuando tengan el piso, cuando les hagan fijos en el trabajo, cuando ganen más... Nunca he oído a nadie decir "tendré un hijo cuando tenga tiempo". De verdad que no. Y, por lo que a mí me dicen, parece ser que todas las claves de lo que yo considero crianza están precisamente en tener tiempo. Pues lo siento, pero no trago. No es tiempo: son ganas. No digo que esté prohibido no meter la pata, porque que yo sepa en el universo conocido nadie es perfecto (mucho menos yo). Pero no me vendáis el cuento del tiempo, que está muy mañido. Puedes irte de vacaciones a Tordesillas y no a Punta Cana porque no tengas tiempo. Pero criar a un hijo con amor no debería ser una cuestión de tiempo: debería ser una cuestión de amor. Única y exclusivamente.

Y por otro lado (y aquí voy a ser muy franca) estoy, señores, hasta el moño de que el mundo crea que la madre que se ha llevado el trabajo a casa no trabaja. No tener horario no significa que puedas escaquearte todo el rato: significa que trabajas cuando puedes. Si es la una de la tarde, es la una de la tarde. Si es la una de la madrugada, es la una de la madrugada. Y si es domingo, o festivo, o tu cumpleaños o Santa Pancracia, pues también. Pero claro... Eso serán otras, no tú, que tienes tiempo.