lunes, 15 de septiembre de 2014

Mis Pelitos Rizados


Los conocí allá por el año 93 o 94. Aparecieron misteriosamente poco antes de tener mi primera regla. Fue una relación tímida, al principio. Os confieso que los miraba casi a escondidas, con curiosidad y vergüenza a partes iguales. Ellos parecían bastante indiferentes. Siempre he creído que, en realidad, se hacían los interesantes.

Con el tiempo nos acostumbramos a vernos cada día y fuimos cogiendo confianza. No solo eso, sino que llegué a cogerles auténtico cariño. Casi admiración. Ya no solo por lo que ellos eran, sino por lo que era yo cuando me veía con ellos. Su presencia era un recordatorio de que yo ya era una mujer, grande, fuerte, poderosa y peluda. Iba por la calle y sentía que la gente me miraba porque intuían mi secreto: "He ahí a una mujer hecha y derecha. ¡Que porte! ¡Que fuerza! Seguro que ya tiene pelitos rizados."

Pero poco a poco, lo confieso, el entorno pudo conmigo y acabó por cargarse nuestra relación. Cuando una es joven y cree saberlo todo es cuando es más fácilmente influenciable. Empezaron a llegarme mensajes del tipo "no te convienen", "estabas mejor sin ellos", "solo te traerán problemas", "por su culpa acabarás sola"... Tardé mucho tiempo en decidirme pero, al final, con unos 18 tiernos años, cedí a la presión. No sabía muy bien cómo hacerlo, pero un día me senté frente al espejo de mi habitación y lo hice: "Pelitos rizados, esto no es por vosotros, es por mí." Y corté por lo sano.

Se abrió ante mí una nueva perspectiva de mí misma. No sabía si aquella era realmente yo, pero en todo caso era quienes los demás (especialmente mi novio) esperaban que fuera, y me gustaba saber que sería social y sexualmente aceptada. Así que me gustó la nueva yo, grande, fuerte, poderosa y pelada. Iba por la calle y sentía que la gente me miraba porque intuían mi secreto: "He ahí a una mujer hecha y derecha. ¡Que porte! ¡Que fuerza! Seguro que ya no tiene pelitos rizados."

No he sido capaz, desde entonces, de quitármelos de encima definitivamente. A veces simplemente los despido con cuchilla y un "hasta la semana que viene" y otras he tirado de cera y he cortado por la raíz, sabiendo que en un mes volverían. Siempre vuelven... Pero nunca me he sentido, en realidad, preparada para un adiós definitivo. Me gusta quien soy sin ellos, pero si no volviera a verlos nunca más sentiría que me falta una parte importante de mí. He tenido algún desliz, lo reconozco, en el que he disfrutado de un escarceo nostálgico con ellos y he fantaseado con cómo sería mi vida si nunca los hubiera dejado marchar. La imagino más despreocupada, más tranquila. 

Y a estas alturas de mi vida... En fin, ya paso de los 30, soy madre de dos hijos, tengo un marido maravilloso que me quiere como soy... Pero, en el fondo, me siguen haciendo sentir como lo hacían cuando los conocí, y no dejo de preguntarme si aún estoy a tiempo de volver atrás y dejar que formen parte de mi vida. Al fin y al cabo, no pueden vivir sin mí, y yo tampoco sin ellos.