Hay una serie de televisión que sigo todas las semanas. No
me pierdo un capítulo. Lo que no me esperaba era encontrarme, como quien no
quiere la cosa, con una enorme satisfacción personal encerrada en la confesión
de un asesino. No me pude resistir: esperé a la repetición de la madrugada y grabé en mp3 el diálogo para poder
transcribirlo palabra por palabra y compartirlo, porque me parece
escabrosamente revelador.
Os pongo en antecedentes: la prensa acudió a cubrir la
noticia de un macabro asesinato. Una periodista le explicaba a un compañero que
le daría un enfoque diferente al artículo. No quería saber quién era el
asesino, sino quién había sido. Por qué se había convertido en lo que se había
convertido:
- - Nadie
nace siendo un monstruo: ese “monstruo” también fue el precioso bebé de
alguien, llorando por su madre.
Lo que ella no sabía es que el asesino la escuchaba desde un
rincón oscuro. Supo que ella era especial, y ahora la tenía atada a una cama:
- - ¿Puedo
contarte un secreto? La nuez moscada marca la diferencia. Sandwich caliente y
sopa de tomate, la merienda de mamá. Aunque yo no tuve una que me lo preparara.
Por supuesto tuve madre, pero no la conocí. Tenía tu misma edad cuando me
abandonó.
- - ¿Creciste
en un orfanato?
- - Sí. En el
sistema. Cubrieron mis necesidades básicas: comida, agua, una educación
rudimentaria… Y con una fusta de cuero aprendí la diferencia entre el bien y el
mal. Cumplían cada regla. Sobre todo las que prohibían gestos de afecto o
cualquier contacto físico innecesario porque
el contacto… acabaría malcriando al niño.
- - Está
bueno.
- - Ya lo
creo. Está muy bueno.
- - Está
delicioso. No pretendo ser condescendiente contigo, sólo quiero que sepas lo
mucho que te agradezco este detalle. Sé lo que es sentirse abandonado. Así me
sentía en Briarcliff.
- - No me
equivoqué contigo. Eres la elegida. Desde siempre he sido muy consciente: sabía
que era distinto a los otros niños, más listo pero también más atormentado. Eso
fue lo que me llevó a estudiar psiquiatría: entender mejor mi trastorno. No
tuve mi primera crisis hasta la facultad de medicina.
“ (Examinando un cuerpo inerte que reposaba
en una camilla)
– Mira Thredson, esto es lo más cerca que
estarás de una chica este trimestre”.
- - Les reía
las gracias a los idiotas de turno, pero sabía que la mujer de la mesa no era
mi novia... Era mi madre. Tenía
treinta y tres años, la misma edad de mi madre cuando me abandonó. Tu edad. La
lógica y la razón me decían que la mujer de la mesa no era mi madre, pero en
esa broma del destino que es mi vida sentía que podía serlo. Y fue de justicia
poética que la viera por primera vez en la mesa de autopsias de mi clase de
anatomía. Fue entonces cuando comprendí lo que tanto echaba en falta: el tacto
de una madre, el contacto piel con piel...
Eso era lo que ansiaba, lo que me había faltado toda la vida… Pero olía a
formaldehido y su piel, aún después de quitársela, estaba fría, rígida… ¿Has
oído hablar sobre los estudios de Harlow? Separaba a crías de macaco rhesus de
sus madres y les ofrecía dos madres sustitutas: una tela metálica con leche y
la otra cubierta de felpa. Todos los monos prefirieron a la madre cubierta con
felpa, aunque no tuviera leche.
- -¿Por la
calidez?
- - Por la piel. Hasta un mono nota la diferencia.
Lo
intenté con todas mis fuerzas, pero ese cadáver no consiguió calmar mi anhelo.
Necesitaba a alguien. Piel viva y cálida…
- - (Solloza)
- - ¡No, no,
no, no, no, no! No sufras porque, aunque estás aquí, tú no eres como ella…
Como dato, puedo comentar que los estudios de Harlow existen
realmente y, además, tanto el experimento como los resultados fueron tal como
se describen en la escena. Ya, ya sé que lo primero que a uno puede venirle a
la mente es que es sólo ficción pero, recordando un poco las palabras de un
hombre muy sabio, el amor no malcría a nadie. Las cárceles y los reformatorios no están llenos de niños a los que
abrazaron demasiado. Más bien al contrario: es fácil encontrar niños que
fueron desatendidos, desamparados, insatisfechos en su más profunda necesidad
de ser amados.
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