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lunes, 11 de febrero de 2013

Confesión de un asesino




Hay una serie de televisión que sigo todas las semanas. No me pierdo un capítulo. Lo que no me esperaba era encontrarme, como quien no quiere la cosa, con una enorme satisfacción personal encerrada en la confesión de un asesino. No me pude resistir: esperé a la repetición de la madrugada y grabé en mp3 el diálogo para poder transcribirlo palabra por palabra y compartirlo, porque me parece escabrosamente revelador.

Os pongo en antecedentes: la prensa acudió a cubrir la noticia de un macabro asesinato. Una periodista le explicaba a un compañero que le daría un enfoque diferente al artículo. No quería saber quién era el asesino, sino quién había sido. Por qué se había convertido en lo que se había convertido:

-         - Nadie nace siendo un monstruo: ese “monstruo” también fue el precioso bebé de alguien, llorando por su madre.

Lo que ella no sabía es que el asesino la escuchaba desde un rincón oscuro. Supo que ella era especial, y ahora la tenía atada a una cama:

-          - ¿Puedo contarte un secreto? La nuez moscada marca la diferencia. Sandwich caliente y sopa de tomate, la merienda de mamá. Aunque yo no tuve una que me lo preparara. Por supuesto tuve madre, pero no la conocí. Tenía tu misma edad cuando me abandonó.

-          - ¿Creciste en un orfanato?

-          - Sí. En el sistema. Cubrieron mis necesidades básicas: comida, agua, una educación rudimentaria… Y con una fusta de cuero aprendí la diferencia entre el bien y el mal. Cumplían cada regla. Sobre todo las que prohibían gestos de afecto o cualquier contacto físico innecesario porque el contacto… acabaría malcriando al niño.

-          - Está bueno.

-          - Ya lo creo. Está muy bueno.

-          - Está delicioso. No pretendo ser condescendiente contigo, sólo quiero que sepas lo mucho que te agradezco este detalle. Sé lo que es sentirse abandonado. Así me sentía en Briarcliff.

-          - No me equivoqué contigo. Eres la elegida. Desde siempre he sido muy consciente: sabía que era distinto a los otros niños, más listo pero también más atormentado. Eso fue lo que me llevó a estudiar psiquiatría: entender mejor mi trastorno. No tuve mi primera crisis hasta la facultad de medicina.

“  (Examinando un cuerpo inerte que reposaba en una camilla)
– Mira Thredson, esto es lo más cerca que estarás de una chica este trimestre”.

-          - Les reía las gracias a los idiotas de turno, pero sabía que la mujer de la mesa no era mi novia... Era mi madre. Tenía treinta y tres años, la misma edad de mi madre cuando me abandonó. Tu edad. La lógica y la razón me decían que la mujer de la mesa no era mi madre, pero en esa broma del destino que es mi vida sentía que podía serlo. Y fue de justicia poética que la viera por primera vez en la mesa de autopsias de mi clase de anatomía. Fue entonces cuando comprendí lo que tanto echaba en falta: el tacto de una madre, el contacto piel con piel... Eso era lo que ansiaba, lo que me había faltado toda la vida… Pero olía a formaldehido y su piel, aún después de quitársela, estaba fría, rígida… ¿Has oído hablar sobre los estudios de Harlow? Separaba a crías de macaco rhesus de sus madres y les ofrecía dos madres sustitutas: una tela metálica con leche y la otra cubierta de felpa. Todos los monos prefirieron a la madre cubierta con felpa, aunque no tuviera leche.

-          -¿Por la calidez?

-          - Por la piel. Hasta un mono nota la diferencia.
Lo intenté con todas mis fuerzas, pero ese cadáver no consiguió calmar mi anhelo. Necesitaba a alguien. Piel viva y cálida…

-         -  (Solloza)

-         -  ¡No, no, no, no, no, no! No sufras porque, aunque estás aquí, tú no eres como ella…

Como dato, puedo comentar que los estudios de Harlow existen realmente y, además, tanto el experimento como los resultados fueron tal como se describen en la escena. Ya, ya sé que lo primero que a uno puede venirle a la mente es que es sólo ficción pero, recordando un poco las palabras de un hombre muy sabio, el amor no malcría a nadie. Las cárceles y los reformatorios no están llenos de niños a los que abrazaron demasiado. Más bien al contrario: es fácil encontrar niños que fueron desatendidos, desamparados, insatisfechos en su más profunda necesidad de ser amados.





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