Seguro que habéis oído alguna vez hablar de este experimento* sobre la adquisición cultural de un comportamiento específico:
Emplearon una jaula, una escalera, una
banana, una manguera a presión de agua helada y diez ejemplares de macacos
Rhesus. Y el experimento consistió en lo siguiente:
En la jaula, metieron a cinco de los macacos y colocaron la banana colgando del techo
sobre la escalera. Como era de esperar, en poco tiempo uno de los macacos
descubrió la banana y se aventuró escalera arriba para alcanzarla. En ese justo
momento, rociaron con el chorro de agua helada a TODOS los monos, y no al que
había trepado. Cuando el segundo mono intentó alcanzar la banana, repitieron el
proceso, rociando con el agua a los macacos de la jaula. Así, tras varias
repeticiones, cuando uno de ellos intentaba trepar por la escalera al instante
los otros monos se abalanzaban sobre él para evitar la consecuencia. En poco
tiempo, ningún macaco intentaba acercarse a la banana ni a la escalera.
¿Y qué pasó entonces? Sacaron a uno de los monos de la jaula
y lo sustituyeron por uno de los que tenían en espera. Lógicamente, no tardó en
ver la banana e intentar alcanzarla. Pero en cuanto se acercó a la escalera sus
compañeros se tiraron sobre él y lo separaron por la fuerza para evitar el
chorro de agua helada. En pocos intentos, el nuevo mono captó el mensaje.
Entonces sustituyeron a un segundo mono, y se repitió el proceso: cuando el
último en llegar intentó alcanzar la banana, todos los demás, incluído el
primer sustituto (que nunca había recibido el castigo del agua), lo atacaron
para evitar que se acercara a la escalera.
Y así, fueron sustituyendo uno por
uno a todos los macacos, observando cómo la historia se repetía vez tras vez.
Finalmente, tenían en la jaula un grupo de cinco individuos totalmente nuevo, y
ninguno de ellos intentaba trepar la escalera, a pesar de que ninguno de ellos
había sido nunca rociado con la manguera. A todos les había quedado clarísimo
que NI banana, NI escalera.
En internet podéis encontrar esta historia en multitud de
sitios, y normalmente se adorna el final con una pregunta: Si pudiéramos
preguntar al último macaco en entrar por qué no intenta alcanzar el plátano, o
a alguno de sus compañeros por qué agreden al que intenta alcanzarlo,
seguramente responderían “No lo sé. Esto siempre se ha hecho así.”
Pues en algún momento, digo yo, habrá que empezar a pararse
y pensar por qué las cosas son así.
Hace un par de semanas, en mi perfil personal de Facebook,
compartí desde el muro de Mireia Long (Bebésymás) una reflexión de Alice Miller
(Por tu propio bien):
“Los científicos han demostrado a través de sus
investigaciones de los últimos 50 años, que el castigo físico es sin duda
alguna la causa principal de que los niños crezcan con tendencias violentas,
con un grado significativamente mayor de enfermedades mentales, con mayores
probabilidades de cometer crímenes serios contra la gente y la propiedad y con
mayores posibilidades de fallar en el matrimonio y el trabajo.”
Aquí el silogismo, creo yo, es claro: entre los adultos
violentos encontramos siempre a niños que sufrieron violencia, lo cual no significa
que todos los niños que sufren violencia vayan a ser adultos violentos (por
fortuna, algunas almas permanecen cándidas para siempre). Aplicar un castigo
físico a un niño: no se me puede ocurrir un sistema más arbitrario de
educación. ¿Dónde poner el límite? ¿A partir de qué punto se considera que se
le puede dar una bofetada? ¿Haces una cuantificación económica de lo que ha
roto? ¿Una cuantificación del daño moral que te supone el insulto? ¿No puede
llamarte imbécil pero sí, por ejemplo, neutrino? A mí me cae de cajón que algo
tan subjetivo va a depender única y exclusivamente de la ira y, seguramente,
propia frustración del educador, y no de la falta real del niño, que apenas
sabe contar hasta veinte, mucho menos entenderá que eso que ha roto costaba
quinientos euros. La violencia, para mí, sólo tiene dos posturas: a favor o en
contra. No puedes estar “en contra, pero un poquito a favor”. Sería como decir
que "eres fiel a tu pareja, aunque a veces un poquito no".
Quienes defendemos la
crianza respetuosa y la no violencia en cualquiera de sus formas estamos muy
acostumbrados a escuchar las mismas réplicas una y otra vez, y eso fue lo
primero que me respondieron, que me respondió un chico, a la reflexión de Alice
Miller: la defensa del bofetón a tiempo, el bien que hace, la falta que hace
para enderechar a algunos, que de otra manera habrían sido idiotas. La cantidad
de estúpidos que hay sueltos porque no les dieron una buena bofetada. Y, por
supuesto, el argumento que, a entender de algunos, debería zanjar toda
discusión posible: “Pues a mí me dieron de pequeño y no he sido un maltratado,
ni soy ahora un maltratador”. ¿Sabes? Me parece muy bonito… Pero tus hijos
vivirán toda su vida sin tocar esa banana.
Me ha encantado!! no conocía este experimento que sin duda lleva a reflexionar. Gracias Jess, un besote!!!
ResponderEliminarGracias Tamara! Yo lei por primera vez sobre este experimento hace ya varios años, y me gustó mucho porque siempre ha formado parte de mi filosofía el pensar que siempre hay otras maneras de hacer más allá de los convencionalismos (recuérdame un día que te cuente la anécdota de la sombra en las escaleras). De modo que encontré en él un apoyo demostrado a por qué es bueno cuestionarse lo que nos enseñan. Y esto, me parece, es aplicable a todo en la vida :)
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