Todo el mundo escribe. Hay quien escribe libros y quien
escribe citas eternas en las puertas astilladas de un lavabo. Quien escribe 800
páginas de meticulosas instrucciones de un cacharro, ve tú a saber cuál, y
quien condensa la esencia del amor en cuatro versos, mientras alguien clava en
su pupila una pupila azul. Como sea, todo el mundo escribe. Yo también.
Por algún motivo -que alguien me lo diga si sabe cuál es-,
cuando uno es consciente de que mucha gente lee lo que escribe, olvida el
verdadero motivo por el que lo hace. Rara vez escribe uno para los demás.
Puedes saber que te leerán cinco mil personas o dirigirte a un lector
imaginario. No importa. Casi nunca escribes para los demás. En todo caso,
escribes también para los demás. El
verdadero motivo por el que todo el mundo escribe es para decirse algo a sí
mismo. Para ordenar los pensamientos, para no olvidar un hecho, para desahogar
una emoción o para argumentar una idea ante sí mismo y decirle, con ello, al
mundo (¿a la posteridad, quizás?) que no está loco. Esa es la auténtica
motivación para escribir.
Esa es la razón por la que yo escribo. Ese es el motivo por
el que amo tanto como necesito escribir sobre crianza. Sobre MI crianza: la
manera en que crío a mi hijo, a mi Príncipe Hugo.
Me he acostumbrado -quizás demasiado- a vivir en un entorno
que cuestiona tanto, a veces, mi modo de hacer las cosas, que ya sea por
educación, ya sea por rendición, he decidido no discutir con quien no sabe
opinar sin juzgar. He decidido no derrochar mi energía dando explicaciones a
quien no quiere escucharlas. Pero todo eso que uno lleva dentro (y donde escribo
“uno”, léase “yo”) hay que contarlo, hay que decírselo a alguien, porque yo
creo en mi modo de hacer las cosas, porque yo aprendo dejándome enseñar por mi
hijo, porque yo busco argumentos, grupos, libros, estudios y, si me apuras,
busco ranas peludas con tal de asegurarme a mí misma, en mi posición de madre,
que estoy haciendo lo mejor para mi hijo.
Todo eso hay que decírselo a alguien, sí. ¿Y a quién se lo
digo? A quien más lo necesita: a mí misma. Y por eso estoy aquí. Tú me lees,
pero no es para ti para quien escribo. Escribo para mí: para ordenar
pensamientos y hormonas y aunarlos en perfecto baile de letras. Para no olvidar
por qué hago lo que hago. Eres tú quien me hace el favor, porque creer que
escribo para ti es lo que me obliga a añadirle horas a mi semana para no
quitárselas a mi familia, encontrar tiempo y sentarme aquí, a escribirte una
carta que tal vez nunca leas.
Gracias por acompañarme.
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